BUSCADORES DE BITS EN EL MAR DEL NORTE. Sobre el nuevo proyecto audiovisual de los Ulobit por María Marco
en Plétora
“Quizás vivamos el momento histórico más propicio para hablar del reciclaje como estrategia de creación. La saturación indiscriminada de imágenes a la que estamos sometidos nos reeduca en una cultura audiovisual basada en una lectura occidentalizada de la imagen-tiempo y en la legitimación de la novedad como valor artístico per se. Pero de vez en cuando surgen proyectos que transgreden esas normas implícitas, que se atreven con otros modos de producir y entender la actividad creativa; y el proyecto que presentan los Ulobit es, sin duda, uno de ellos.
Ulobit representa una declaración de intenciones. El nombre surge de la expresión gallega “U lo” que se pregunta por la ubicación de algo y el anglicismo “bit”, el acrónimo de Binary Digit; esa interminable secuencia de ceros y unos en los que se basa el lenguaje digital, ¿dónde está el bit? no deja de ser una pregunta retórica entre la retranca y la teoría de los medios digitales que integra el lowtech dentro de su discurso. El nombre del proyecto se reafirma en la búsqueda de nuevas posibilidades de expansión sonora y visual, evitando los entornos cerrados, la intención narrativa o la ejecución sistemática de la obra, características básicas de cualquier pieza que se ajuste a los dispositivos de exhibición clásicos. Estos exploradores del bit, Ariel Ninas (zanfona), Horacio González (vídeo) y Xoan Xil (electrónica) se proponen utilizar material de deshecho, brutos descartados de los montajes finales de diferentes piezas para darles una nueva vida. En este primer proyecto han revisitado un proyecto audiovisual de la envergadura de Vikingland, el largometraje que presentó en 2011 Xurxo Chirro basado en la recuperación del material grabado a mediados de los noventa por Luis Lomba “O Haia”, un marinero que hacía la ruta entre la ciudad danesa de Rømø y la isla alemana de Sylt. Lomba compra una videocámara con la que graba su vida cotidiana, su trabajo en el barco y a sí mismo desde una ingenua y espontánea autorrepresentación… El descubrimiento de estas cintas olvidadas obliga a Chirro a recuperar, quince años después, ese excelente material audiovisual y a redescubrir una historia épica sobre la emigración gallega en el norte de Europa.
El Vikingland de Ulobit es, ante todo, una atmósfera. Un cosmos de descartes donde la música incidental, aquella que habitualmente acompaña una actuación dramática, marca la temperatura de las múltiples emociones que la pieza destila. Xoan Xil ajusta su intensidad con ruidismos de texturas sucias que interactúan con la zanfona electroacústica, procesada en tiempo real, de Ariel Ninas, a la que le añaden fragmentos de grabaciones de campo. Lo sorprendente de este proceso es la construcción inmediata de una nueva arquitectura sonora, un entorno flexible y expansivo que recontextualiza las imágenes haciendo de cada sesión una experiencia única. Acordes electrónicos y frecuencias misteriosas parecen surgir del rastreo de la cámara que escudriña el hielo, dejando que lo visual se construya espontáneamente documentando el flujo inmediato, la sorpresa en la mera contemplación. Esta mezcla, a priori irreconciliable, de códigos pactados y composición intuitiva, se convierte en una sincronía de elementos analógicos junto a las últimas tecnologías (Pure Data y Openframeworks) de procesamiento sonoro y visual.
Vikingland surge como una composición fragmentada de un material encontrado (found footage), pero este nuevo trabajo supone un paso más allá de la experiencia narrativa. Ulobit toman las secuencias descartadas de los brutos de O Haia, los errores visuales, las partes desmagnetizadas de las cintas, los fallos de luz y de composición para embarcarse en una experiencia más cercana a la sesión abstracta que a un lenguaje narrativo convencional; nos recuerdan a las piezas de cine experimental de los sesenta, de por ejemplo, Michael Snow en Wavelength (1967) al integrar los fallos de la cinta en el montaje final o al insistente acercamiento de La Region Centrale (1971) al cielo y a la tierra, convirtiendo lo insustancial en determinante. Horacio González trata la imagen como formas del phantasma, videogramas borrosos y oscurecidos, ruido visual, como él mismo dice, que se origina a ritmo de lo sonoro. Sonido e imagen nos hablan de una experiencia de la memoria en la que la fecha y la hora de la grabación original permanecen en pantalla, convirtiendo esa imagen en un recuerdo siniestro y sublime a la vez, una lucha contra el olvido desde una dimensión atemporal, como el estadio de los recuerdos. Las imágenes manipuladas a través de inputs sonoros varían en contraste, textura, velocidad… convirtiéndose en imágenes nuevas, sucias y oníricas, que poco le deben ya a los brutos originales. El debate sobre apropiación y autoría se diluye entonces como los restos de los icebergs en el Mar del Norte.
El resultado de esta performance improvisada es la de un tiempo y un espacio no estático y deslocalizado. Sin materia, sin espacio y sin tiempo –como diría José Luis Brea en su Tercer Umbral–, trabajan con flujos de información no secuencial que celebran la libertad de interpretar la imagen de un modo multidireccional, sin anclarse en la recreación estructural del montaje clásico, sin ambiciosas pretensiones de contar nada más que aquello que pueda ser interpretado”.