Sección Cultura El Pais 14/05/2012
Por: Silvia Hernando
Podría ser tantas cosas, y no es ninguna de ellas. Con los límites difusos, abiertos, tocantes con multitud de otras materias, su esencia existe como la de un espectro, flotando sobre el espacio sin tocarlo. Y sin embargo, con eso basta. No en vano, en el campo de la creación, las barreras entre movimientos no son otra cosa que constructos artificiales, la mera ilusión de un orden que en realidad no es tal. Al hablar de arte sonoro, esa parece ser la única verdad inmutable: que no pueda ser definido de manera rotunda, sin fisuras teóricas, no significa que no exista. Lo demás, es cuestión de perspectiva: la apariencia que adopte, el formato en que se presente, las materias con las que se conjugue.
Pero ser, es. Si no, ¿qué sentido tiene lo que hay encerrado hoy mismo entre las paredes de, por ejemplo, el centro de creación de la LABoral de Gijón o en el museo de los Medios ZKM de Karlsruhe, en Alemania? En la localidad asturiana, se ha organizado en torno al festival de imágenes y sonidos electrónicos experimentales L.E.V (que se celebró el fin de semana del 27 y 28 de abril), la muestra Visualizar el sonido, una recopilación de trabajos de diferentes artistas en torno a la captación, la manipulación y la emisión de ondas sonoras como medio de estimulación sensorial abierta hasta el 25 de junio. Pero a nivel físico, cada una de las obras expuestas tiene su propia materialidad, alcanzada en colaboración con otras disciplinas.
‘Waves’, de Daniel Palacios, en la LABoral de Gijón
Una pieza, Versus, de David Letellier, está compuesta por dos esculturas cinéticas, una pareja de robots que capturan las ondas y las devuelven a intervalos, retroalimentándose con sus mutuas producciones sonoras y con las del público, que hace ruido a su alrededor. 20Hz, una obra de Semiconductor, consiste en la representación audiovisual del sonido del viento solar registrado a una velocidad de 20 hertzios. Y Cylinder, de Andy Huntington, se presenta como un objeto tridimensional, mudo, pero generado a partir de algoritmos procesados por un software informático que toman las frecuencias del sonido en el rango auditivo humano en un periodo de tiempo limitado.
Y las posibilidades no acaban ahí. El arte sonoro puede colaborar con la pintura, con las instalaciones, con las performances, con la palabra, con la poesía, con la naturaleza. Y claro está, con la música. “Abordar estas obras depende del punto de vista, de dónde se quiera poner el acento”, señala José Manuel Costa, comisario y crítico de arte visual y sonoro. Si algo hubiera que sacarles en común a esas manifestaciones, sería el uso de la tecnología para aprehender y modelar los sonidos. “Una novedad en los últimos 15 años ha sido la posibilidad de unir lo digital a la creación sonora”, apuntilla. Y con la democratización de las máquinas, el momento creativo se ha inflado. “Ahora hay una eclosión de artistas, porque con el ordenador cualquiera puede tener un estudio en su casa”, explica José Antonio Sarmiento, director del Centro de Creación experimental de Cuenca y profesor de arte sonoro en la Facultad de Bellas Artes de Castilla La Mancha.
La obra ‘Stop’, de Douglas Henderson, que se expone en el Museo de los Medios ZKM de Karlsruhe, en Alemania
Esta característica, no obstante, tampoco es definitoria: las representaciones sonoras conceptuales, por ejemplo, no necesitan de la técnica para vivir. “Si escribes la palabra ‘escuchar’ en un papel, también puede ser una forma de arte sonoro”, ilustra David Toop, músico, crítico y comisario británico. Aunque el futuro de la etérea disciplina, opina, sí que estará probablemente ligado al desarrollo científico. “Sencillamente, porque la tecnología es a día de hoy un aspecto fundamental en nuestras vidas. Aunque es algo difícil de decir, porque quién sabe si dentro de diez años seguirán existiendo los ordenadores tal y como los conocemos hoy”.
Con raíces en el movimiento futurista de principios del siglo XX, de la mano del pintor Luigi Russolo, autor del manifiesto El arte de los ruidos y experimentador pionero de los sonidos electrónicos, la expresión sonora vive hoy lo que Costa denomina “un primer estado de madurez”, con nombres en la cima como Bill Fontana o Susan Philipsz trabajando en paralelo a una bulliciosa escena emergente. Entremedias, artistas de vanguardia como Kurt Schwitters, compositores experimentales como John Cage, movimientos como el dadaísmo y posteriormente Fluxus, y corrientes como el arte conceptual o el minimal plantaron las banderas que guían el camino de los creadores modernos.”En los años noventa y dos mil se hizo más caso a la imagen. Ahora vivimos tiempos de una mayor intensidad sonora. Se impone el ruido”, asegura Manuel Borja-Villel, el director del Museo Reina Sofía de Madrid.
“Tal y como se entiende hoy en día, el arte sonoro nació a principios de los años setenta”, matiza David Toop. “Aunque yo diría que ha existido siempre, lo que pasa que de una manera diferente”. Una pieza clave, revulsiva del cambio, fue la partitura de Cage 4’ 33’, de 1952, una composición en tres actos en la que todos los instrumentos permanecen callados. Al situarse la percepción de cada oyente en un punto de vista espacial y mental diferente, la experiencia auditiva es única para cada individuo. “El silencio es uno de los grandes descubrimientos de la música del siglo XX”, sentencia Toop.
‘Backstage’, de Rolf Julius, en la exposición en Karlsruhe
Bajo la misma premisa de tomar los sonidos – y su ausencia- como material cultural y artístico, han florecido movimientos paralelos como el canalizado por el colectivo gallego Escoitar, un grupo que cuenta entre sus filas con musicólogos, un antropólogo, un ingeniero de sonido o un gestor cultural. En torno a una idea primigenia: “¿Se puede representar Galicia sonoramente?”, que ya se ha expandido en el espacio, llevan embarcados desde 2006 en diferentes proyectos de compilación de sonidos sociales, industriales, naturales o urbanos, por mencionar alguna categoría, para realizar actividades artísticas como cartografías o paseos sonoros. “Partimos de la idea de que el conocimiento occidental ha primado los parámetros visuales, quizá porque escuchar conlleva más tiempo”, explica Juan Gil, uno de los miembros. “Sin embargo, la escucha es capaz de ubicarnos más en un espacio. Tiene una capacidad de inmersión, además de una cualidad táctil, como cuando podemos sentir un sonido intenso a través de su vibración”.
Ese aspecto sensorial opuesto al carácter intelectual de las imágenes es algo que también destaca Maite Camacho, codirectora del Festival In-Sonora, una convocatoria anual y pública que tiene lugar en diferentes espacios de Madrid. “Además de ser una materia artística no tan trillada, con el sonido no hay que plantearse si se entiende o no”, argumenta. “Lo que define al sonido es su maravillosa inmaterialidad”, enfatiza el compositor experimental Francisco López. Algunas propuestas, sin embargo, se fundamentan precisamente en la comprensión de lo que se oye. Es el caso del trabajo del colectivo La Sonidera, dedicado a la radioperformance. “Combinamos la radio y el sonido, y con el tiempo hemos ido caminando hacia lo escénico, pero siempre con un elemento narrativo”, ilustra Ángeles Oliva, una de las dos integrantes del grupo, que son también las directoras de la radio experimental de La Casa Encendida de Madrid.
’20Hz’, de Semiconductor, en la LABoral de Gijón
Que la disciplina sea dura de encasillar no viene a decir, en cualquier caso, que no exista una teoría que la respalde. “Otra cosa es el grado de regulación que esta imponga”, apunta Francisco López. “Y también es verdad que sin estudiar también se pueden hacer cosas interesantes e innovadoras”. Toop, que ha colaborado y creado varias revistas en torno al sonido, y que ha escrito libros de referencia como Ocean of Sound, apoya esa línea de trabajo. “Yo acepto que la gente tenga necesidad de tener una teoría, pero yo no la tengo. Creo que constriñe las posibilidades, y la creación se convierte en algo menos interesante”.
Entonces, ¿qué es lo que aporta concretamente esta poliédrica forma de arte? David Toop lo resume así: “El sonido tiene que ver más con la inteligibilidad y la fluidez, todo se reduce a la sensibilidad de la escucha. En muchas sociedades no se le ha dado importancia a esta experiencia, pero gracias a eso se abre todo un nuevo área para realizar descubrimientos”.